¿Lideras o contaminas?

2304

Por Enrique De Mora –  escritor y consultor en Management

Lo sabes, liderar es más que dirigir, es más que mandar. Mandar es simplemente decir a los demás lo que tienen que hacer. Dirigir es un grado superior: significa coordinar el trabajo de los demás. Y, finalmente, liderar es conseguir que cada uno haga lo que tiene que hacer, pero actuando desde dentro del grupo, como uno más (no desde fuera, como al mandar o dirigir). Dicho de otro modo, la autoridad real se debe ganar, no imponer.

¿Qué provoca que las personas sigan a un líder? Muy sencillo, el percatarse de que el jefe defiende los intereses de sus colaboradores, no solo los suyos.

Establecer recetas para convertirse en un líder perfecto es algo imposible, dada la multiplicidad de situaciones a las que tiene que enfrentarse un directivo. Parafraseando a W. Somerset Maugham: hay tres reglas para crear buenos líderes, pero desafortunadamente, nadie las ha encontrado todavía.

A lo sumo, se pueden señalar criterios de lo que podrían ser atributos de liderazgo acertados, siempre teniendo en cuenta que los verdaderos líderes demuestran que lo son en las situaciones difíciles, arriesgadas y de incertidumbre. Ser un buen líder en tiempos de bonanza es fácil.

A la famosa pregunta de si el líder nace o se hace, se suele responder que “se hace”. Aunque no hay unanimidad (muchos expertos en gestión siguen creyendo que “lo que natura no da, Harvard no presta” y es evidente que hay personas con rasgos innatos de liderazgo).

Probablemente, el liderazgo, como otras habilidades, es el resultado de la interacción entre la naturaleza o genética del individuo y el aprendizaje o influencia del entorno. Un directivo líder puede tener una parte innata, pero otra la debe desarrollar y aprender.

Lo que no debe hacer un jefe

Es muy difícil definir cómo debe ser un buen líder. Lo que no resulta tan difícil es describir lo que no debe hacer. Un mal jefe suele tener serias lagunas a la hora de dirigir personas. Y, por supuesto, no hace caso de las opiniones del “equipo” (¿para qué?, si ya manda).

No transmite con claridad los objetivos, no motiva, no comunica bien, no escucha, no se pone en la piel de sus colaboradores, no lidera (solo manda), no enseña ni forma, es prepotente, no delega, se contradice con frecuencia, no gestiona bien su tiempo ni el de sus colaboradores y se pasa el día trasladando sus agobios a todos los que le rodean.

Ser un mal jefe es mucho más sencillo que ser bueno. Muchos malos jefes alcanzan el puesto gracias a sus competencias técnicas y se estancan por falta de competencias directivas. A menudo, la causa del comportamiento de un mal jefe es la inseguridad. 

¿Cómo sobrevivir a un mal jefe? La técnica básica es poner la situación en conocimiento de la dirección de la empresa. Cabe esperar, aunque sea por mera estadística, que el jefe de un mal jefe sea buen jefe.

Un consuelo: involuntariamente, los malos jefes pueden ser grandes maestros: “permiten” a sus colaboradores entrenarse en crecimiento directivo y personal. Les obligan a ser más hábiles y creativos al intentar convencerles de lo que sea.

Les fuerzan a desarrollar su autoconocimiento, autocontrol y automotivación (a veces, les deben ese desarrollo más a ellos, a los malos jefes, que, a Daniel Goleman, el principal divulgador de la inteligencia emocional).

Liderazgo transformador

Por supuesto, eso no significa que tener un buen jefe no sea retador: si realmente es bueno empujará a sus colaboradores a crecer, induciéndoles a resolver las situaciones por ellos mismos, y acompañándolos en el proceso.

Ser jefe implica muchas cosas, entre ellas más responsabilidad y pasar de pensar del “yo” al “nosotros”. Eso obliga a preocuparse de las preocupaciones (valga de la redundancia) ajenas, o sea a ponerse en su piel. 

Un buen líder debe inspirar confianza, perseverar en la consecución de sus objetivos, comunicarse con efectividad, comprender a su gente y sus reacciones y, cuando la situación lo requiera, actuar con firmeza y decisión. 

Como todo, el liderazgo evoluciona. El modelo en boga desde hace algunos años es el liderazgo transformador. Los líderes transformadores son aquellos capaces de motivar a sus seguidores para que lleguen “más allá” de lo esperado logran que trasciendan su propio interés en beneficio del interés del grupo.

El liderazgo transformador, por tanto, es aquel que asume como prioritario el crecimiento personal de los seguidores. Crecer y desarrollarse es una necesidad humana fundamental. Hay una poderosa fuerza en el interior de la mayoría de individuos que nos incita y nos empuja a mejorar.

Los buenos líderes infunden vida a las organizaciones de las que son responsables. Infunden vida, concretamente, a las posibilidades de las organizaciones y de sus integrantes. Hacen posible que los demás se atrevan, imaginen, creen y construyan.

No se limitan a animarles a hacerlo; suya es la difícil tarea de elaborar los procesos, roles e incentivos que realmente habilitan a los empleados para hacerlo. Es decir, ayudan a sus colaboradores a transformarse en mejores empleados y personas (y, en algunos casos, en los líderes del futuro).

Por cierto, el adjetivo “transformador” del nuevo liderazgo nos remite, casualmente, al sustantivo que encabeza la expresión de moda en el mundo del management: “transformación digital”.

Es obvio, por tanto, que el liderazgo transformador debe comprender el “liderazgo transformador digital”, un modelo de dirección que favorezca la agilidad de la organización y su adaptación a los nuevos tiempos, aprovechando las oportunidades tecnológicas para mejorar la estructura y sus procesos. 

Para ser un buen jefe uno debe esmerarse continuamente, esforzarse y aprender cada día. Si quieres ser un gran líder (transformador), debes crear tu propio estilo y, saber también transformarte tú mismo.

Día tras día. El liderazgo es un ejercicio continuo. Es un proceso. Experimenta. Ensaya. Equivócate. Corrígete. Pide ayuda. Pide feedback. Contrasta. Comparte. Y crea tu traje a medida de líder.

Piensa también en el mejor jefe que hayas tenido nunca. En aquel o aquella que lograba que tú dieras más, aquel al que no querías decepcionar. El buen liderazgo, se contagia (y el malo, ¡también!). Practicando e inspirándote en esos referentes, crearás tu propio estilo de liderazgo transformador. Único e intransferible.

Fuente: Weforum

Comentarios